Suena el despertador y comienza una nueva jornada.
Dos turnos de desayunos ( a veces tres), tres de comidas, otros dos de meriendas y otros tres de cenas.
Dos horarios de cole y uno de guardería.
Tres paseos al perro.
Mirar el correo, escuchar a mis hijas, hablar con su padre, jugar con "bichito".
Un día más no he llamado a los abuelos para ver que tal están.
A pesar de haber elegido mi forma de vida a veces las obligaciones me absorben.
Caigo rendida en el sofá a las once de la noche y pienso: ahí se quede todo.
Mañana más.
Pero no. Espera. Me levanto de un salto y entro en la habitación de mis chicas.
Oye, ¿Te he dicho hoy que te quiero? le pregunto a cada una de ellas antes de que se abandonen a sus ensoñaciones adolescentes.
Risas. Fingido enfado. Hum...creo que no.
Ay, lo siento, te quiero, te quiero; les digo atropelladamente y con tono desesperado.
¿Te he dicho hoy que te quiero? pregunto de vuelta en el sofá al hombre de mi vida.
Hum...creo que no. (¿Alguien dudaba a quien se parecen mis hijas?)
¡Mentiroso! le digo entre risas.
Bichito puede esperar a mañana.
Al perro le basta una caricia antes de irme a dormir.
Suena el despertador y comienza un nuevo día.
Yo he elegido mi forma de vida y a pesar de las obligaciones que me absorben, me encanta.
¿Te he dicho hoy que te quiero?