
A veces no tengo muy claro si el hecho de que sea Navidad me gusta o no. Y me explico. Por suerte o por desgracia mi infancia fué muy dura. Por desgracia porque esa etapa es en la que un ser humano se encuentra más desprotegido, más indefenso; la etapa en la que no tienes capacidad para comprender lo que ocurre y lo que es más importante aún, saber que no eres responsable de esos hechos.
Por suerte, porque todas mis experiencias me han llevado hasta dónde estoy, hasta lo que ahora soy. Y eso me gusta.
Mis recuerdos sobre las Navidades, hasta que conocí a Berto, dejan bastante que desear. Por supuesto, odiaba esas fechas. Para colmo de males, dos de las personas que más quería se marcharon un 22 y un 24 de Diciembre con sólo un año de diferencia. Resultado: mis sentimientos me impulsan a aborrecer estas fechas.
Pero llegó el amor, y con él mis hijas. Si tenéis hijos sabréis a que me refiero. Una podrá estar cansada, triste, o malhumorada, pero si tienes un mínimo de sentido común sabes, que ellos no tienen la culpa de nada. Como además soy tremendamente positiva, opino que si algo va a venir igual, lo mejor es tomarlo de la mejor manera posible... Así que decidí que me tenían que gustar las Navidades. Al principio es raro. Una parte de ti quiere revelarse y sólo se fija en los comentarios de fastidio y resignación con los que la gente te obsequia en plena calle o supermercado... Por suerte, la otra, lucha desesperada y consigue fijarse en los niños, en la Fe y en toda esa gente que la vive y la disfruta de verdad. Y a mi a cabezona no me gana nadie... Así que con el tiempo, conseguí convencer a Berto para comprar un árbol de Navidad más grande (a pesar del poco sitio que hay en casa), montar un Belén que ocupa toda una estantería del mueble del salón (recordad lo del espacio que hay en mi casa) y poner campanitas y adornos por toda la casa (tampoco es tan difícil). Y eso por no hablar de intentar hacer un menú a gusto de todos un poco más especial y de llevar 6 años participando en el Belén de mi Parroquia ...
Sin embargo, a veces, me fallan un poco las fuerzas y no puedo evitar pensar en esos años de dificultades y desgracias, esos años en los que las Navidades eran poco más que una tortura, pero no penséis que es por mí...
Nuestra pequeñina posiblemente no recuerde nada de sus primeras Navidades más alla del montón de fotografías con las que la atosigemos, pero no puedo evitar pensar en todos esos pequeños que pasarán unas navidades como las que yo pasé, en todos esos pequeños que las pasarán en un Centro sin amor de verdad, aunque sólo sea temporal, en todos esos que a lo peor no consiguen imponerse una Navidad feliz cuando tengan la oportunidad de hacerlo...
Para todos ellos van mis oraciones, mis momentos felices junto a los míos, y para que negarlo mis lágrimas cuando esa otra parte de mí me gana la batalla por unos breves instantes...