
La verdad es que los últimos dos días (desde que por fin sí llamaron de la Cruz Roja) andamos todos un poco azotados por casa y por qué no reconocerlo, con una sonrisa un tanto bobalicona. Las niñas creo que ya se lo dijeron a amigas , profesores, familiares y diarios personales, o al menos eso me han dicho...
Si esperáis que os cuente lo guapa que es, cuánto come o cómo duerme, me temo que esperáis en balde. Podría contaros la ternura que despierta, pero os lo imaginareis. Podría contaros la variedad de pensamientos que se me pasan por la cabeza mientras la miro, pero si os esforzáis también os lo imaginaréis. Lo que seguro no habréis llegado a imaginar es la cantidad de gente que se acerca a verla como si fuera un objeto, o los que son incapaces de mirarla y disfrutarla sin tener que enjuiciar a su familia, o de vaticinarle una vida llena de desgracias sin saber nada de su situación. Y por último los que nos miran como si estuviéramos locos, los que creen que estamos sacrificando no sé que cosas en vez de ganar en emociones, en vez de sentir que estamos poniendo un granito de arena en su vida, que estamos dándole un poquito del amor que necesita para ser como un bebé más, como un niñ@ más.
Esta noche nos toca hacer turnos cada tres horas, aún no sabemos como dormirá en su nueva casa, ni si nosotros dormiremos algo o no (las emociones son muy malas para esto del descanso), pero lo que sí sé es que mañana, al igual que hoy, volveremos a oír : yo no podría.