Familias Canguro...

¿Y cuándo te lo quiten?... es una de las frases más oída por todas aquellas familias que se hayan embarcado en la maravillosa experiencia de acoger a un niñ@ en su hogar.















lunes, 19 de octubre de 2009

Su lugar...

Llegábamos el otro día María y yo de la calle, y al entrar en casa nos dirigimos a la cocina. Allí, justo al lado del combi, en uno de los azulejos nos encontramos con un diminuto caracol, supongo que vendría con una de las lechugas de huerta que compramos, (es que a mi las iceberg no me gustan). Estaba allí inmóvil dentro de su casita, mediría un poco menos de medio centímetro.
Mi primer pensamiento fue en deshacerme de él, pero claro sin matarlo, así que mi lúcida mente buscaba un plan cómodo y fácil para enviar a nuestro ocupa a un lugar más natural.
La primera idea con la que mi cerebro me iluminó fue tirarlo por la ventana, claro que más que iluminarme me deslumbró. Cogí a aquel bebé de caracol con mis dedos índice y pulgar, y me dí cuenta de cuan frágil era. Practicamente era transparente y pude sentir como crujía bajo la leve presión de mis dedos, ¿cómo iba pues a sobrevivir a una caída libre desde una altura de miles de veces su tamaño?.
La otra idea me la dio María, que me dijo: "échalo a la basura, a lo mejor con una hoja de lechuga sobrevive". Tampoco necesité mucho tiempo para darme cuenta que esa idea tampoco era muy brillante, así que la deseché enseguida.
Venciendo la holgazanería y mi gusto por la comodidad, me volví a calzar y me dispuse a dejar a aquel pequeño en su medio natural. Es decir en un jardín que hay al dar la vuelta a mi casa. Lo puse en la palma de mi mano y su hasta ahora inmovilidad se transformó en una actividad "frenética" (visto a la velocidad del caracol, claro está), desplegó todo su cuerpo, sacó su cabeza y estiró sus delgados cuernos, recorrió la palma de mi mano en un momento, hasta el punto que lo tuve que volver a poner en el medio y cerrar el puño mientras bajaba por las escaleras a la calle. Cada vez que abría mi mano vuelta a empezar, hasta que llegamos a su destino. Es decir a su hogar, en el césped junto a un árbol. Una vez que lo dejé allí, el caracol volvió a esconderse sin salir en todo el rato que me quedé mirando.
No sé si allí en aquel lugar, siendo tan pequeño y aparentemente frágil, tuvo muchas oportunidades de sobrevivir. Pero lo que está claro es que aquel era su lugar.
Lo que me pregunto es: ¿por qué sólo se movió mientras estuvo en mi mano?. Me gustaría pensar que fue porque se encontraba agusto y protegido. Aunque tampoco me extrañaria que fuese por miedo. Yo me imagino tener su tamaño o a un caracol con el mio y es que.......

2 comentarios:

  1. Ja ja ja, bueno Ber a veces las apariencias engañan...Por muy grandote que le parecieras si fuera capaz de "ver" el sacrificio que hiciste por él, estoy segura que no pasaría ni una pizca de miedo. Unos días más en casa y se hubiera dado cuenta de lo difícil que es que tú vuelvas a calzarte una vez que llegaste a casa...Besos "caracol"...

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  2. Hombre, yo me imagino un caracol con tu tamaño y supongo que se me pondria la misma cara que cuando Mara, hace dos años, vio a Bob Esponja (tamaño humano-disfrazado) en la feria de muestras... Pa correr!!! jajaj

    De cualquier modo, seguro que el caracol sobrevivió y te estará superagradecido...

    Aun recuerdo yo las tortugas ke nos compraron en el rastro mis padres y que cuando se "murieron" al llegar el invierno, las tiramos en un prao, porque total... ya estaban muertas!! Si vierais la cara que se nos quedo, ya de mayores, cuando descubrimos que estos animales "dormian" en invierno... jaja.

    Al menos tu caracol tuvo una oportunidad. Nuestras tortugas seguro que fueron comida para gatos... buaaaaa!!!!

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