Después de despejar todas mis dudas, gracias a las entrevistas con el personal de Cruz Roja, el curso, las charlas y el compartir experiencias con otras familias acogedoras, yo puedo asegurar que a día de hoy no le temo a la despedida. Evidentemente tengo mis recursos para afrontarla y a pesar de en alguna ocasión haber tenido que oir "que si no me daba pena despedirme de un bebé, es que no tenía corazón", o que "mi forma de afrontarla es difícil de llevar, pero es la correcta", tanto me da, que me da lo mismo, el caso es que no la temo. Pero el otro día recibimos una llamada de Cruz Roja, una llamada que era una buena noticia. Una nueva familia comenzaba la maravillosa experiencia de ser acogedores de un bebé. Un ser inocente que por algún motivo que no viene al caso, no tiene familia biológica que le aporte lo más necesario en este mundo, que no es la comida, bebida, vestidos u hogar, sino "El Amor".
Como por desgracia los niños que quedan desamparados son muchos más de los que la gente imagina, a veces Cruz Roja se ve desbordada, así que nos avisaron para que le facilitáramos el cambiador, el carricoche y el serón. En estos enseres pasearon, se bañaron y durmieron nuestros dos pequeños, y aunque sé que dentro de poco tiempo volveremos a oir el llanto de un bebé en nuestra casa, a pasar noches en vela, a bañarlo, a llevarlo de paseo, en fin a AMARLO, me sorprendió una extraña sensación.
El único consuelo o mejor dicho mi gran consuelo fue que María tuvo la misma y extraña sensación de vacio.
Esto me ha hecho pensar en como a veces aquello que nos parece menos importante, nos mantiene de forma inconsciente atados a lo que en realidad importa.
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